Lo que de
entrada parece el título de un libro de autoayuda, es en realidad la
constatación de una costumbre mal adquirida por los especímenes de mi edad.
Los bebés
somos animales de costumbres. Ponme a dormir a las 7 cada día y te dormiré a
las 7; cámbiame el pañal cinco veces al día y las cinco estarán repletas de lo
que estáis buscando: queréis caquita color mostaza, pues la tendréis. Que me
sacas la lengua para hacerme reír, yo por no llorar te la saco a ti, a las
abuelas y a los indigentes de la calle y todos tan felices. Somos como el perro
de Pavlov, que al escuchar la campanita, babeamos y esperamos nuestra comida. Mi
nueva costumbre la estoy construyendo a base de repetir la misma acción una y
otra vez. Soy el nuevo perro de Pavlov.
Llevo unos
días que me ha dado por meterme los dedos en la boca. Hasta la campanilla. Y
qué me pasa. Pues que vomito. Y como no aprendo, me los vuelvo a meter en la
boca y otra vez: potada de leche en la camiseta recién puesta. “Ay, ésta niña”,
me dice mami dulcemente con el cambio de la primera camiseta. A la cuarta, se
caga en la madre que me pario y me mira con sonrisa rara.
la bulimia no es buena
Esta costumbre
fea de los bebés no debe seguirse más allá de la adolescencia, a no ser que
seas una vacaburra y te guste el guaperas de clase. Entonces ya sabes qué hacer
mi niña. El éxito cuesta lo suyo y como decían en aquella serie de los ochenta:
para sufrir hay que sudar o al revés, si sudas ten por seguro que vas a sufrir.
Pero mi
recomendación es la siguiente: La bulimia no es la solución. Los bebés deben
aprender a no meterse los dedos en la boca y vomitar la comida que
altruistamente nos dan nuestras madres. Otra cosa es la adolescencia y los
ligues imposibles entre gordas y tíos buenos cachas, ahí todo vale.
Por cierto, PT
Lorzas ha iniciado una dieta estricta que parece que le está empezando a
funcionar. Creo que ha bajado 200 gramos en la última semana. Mi recomendación
es que se meta los dedos en la boca y se haga bulímico, vomite lo que ha comido
y se dedique a correr por la calle. Aunque ya intentó correr un día de éstos y
a los diez minutos volvió a casa con cara de desmayo y dando una pena, que
hasta me dormí escuchando una de sus aburridas nanas susurradas al oído. Pobre
Lorzas.
PT Lorzas después de los 10 minutos de carrera...yo disimulo que duermo