viernes, 21 de diciembre de 2012

El amigo invisible



          El miedo de que el Wasabi se convirtiese en nuestra cena me apretó las nalgas. Esos nervios hicieron que soltase un HipoPedoEructo excesivamente sonoro, que hizo que la guardería se girase. Jamás había visto ojos tan abiertos como aquellos.
         —¡El Wasabi no puede convertirse en nuestra cena! ¡Todos contra el Wasabi! Gritad conmigo: ¡Oh nooo, Wasabi no, Wasabi no, Wasabi noo! —imité los cánticos de los tipos que van al fútbol con los brazos levantados, pero nadie pilló el ritmo de la canción. Los ojos de toda la guardería seguían tan abiertos, que daba miedo. Sentí vergüenza y me giré para seguir charlando con las chicas. 

                                                 nuevo look ochentero

      Volví a pensar en el muñeco con el que había dormido mami de pequeña, pero Amaya me cortó la concentración para contarme que tenía un nuevo amigo invisible. Se llamaba Olio Molio Guacomolio: OMG.
              —¿Me estás contando que tienes un amigo invisible que se llama así? —le pregunté a Amaya.
              —Sí, qué pasa. Lo tengo siempre cerca de mí. Me lo presentó mi osito para dormir.
           —¿Y dónde está ahora? —la curiosidad me volvió a apretar las nalgas. Esta vez apreté menos y solté un pedete insonoro.
              —¡Tía, Maia; estás podrida! —protestó Amelie.
           —Lo siento nena. Las judías y el boniato de anoche —me disculpé con Amelie, que estaba a mi lado—. ¿Y qué te cuenta tú amigo OMG, Amaya? —le pregunté.
             —De momento nada. Es sólo mi paño de lágrimas —contestó Amaya.
           —Es mucho mejor tener un trozo de tela enrollado, como el mío. Te sirve de paño de lágrimas, de mordedor, de muñeco invisible (cuando no lo ves) —Amelie levantó su trozo de tela, como si fuera una espada, y empezó a luchar con El Coreano, que pasaba por allí—. Hasta te sirve de espada ahuyenta coreanos pesados. ¡Ven aquí maldito coreano! —Amelie se fue a perseguir al Coreano, que ya no era nada popular en la guardería. Cosas de las modas. Amaya y yo seguimos de charla.
            —Es mucho más interesante tener un amigo invisible, que ese trozo de trapo —dijo Amaya.
            —¿Y puedes elegir que tu amigo invisible se convierta en quién tú quieras?
            —¿Cómo? Es siempre el mismo amigo invisible. Nunca cambia.
          —¿Y cómo lo sabes, si no le ves la cara? —casi todo lo que salía de mi boca eran preguntas. Parecía un niño de tres años.
            —Lo sé. Lo reconozco por su voz —contestó, un poco agobiada ya.
            —Pero su voz, es la tuya. ¿No?
Amaya se estaba poniendo nerviosa.
            —No sé Maia. Yo tengo un amigo invisible y punto.
            —Ya, pero mira: Yo tengo mi voz. Tú tienes tu voz. Amelie tiene su voz. Y tu amigo invisible, tiene tu voz. Aquí hay algo que no funciona —le solté, como si fuera una profesora de lengua: parecía que estaba conjugando el presente de indicativo del verbo compuesto “tener voz”.
            —¡Vámonos OMG, qué esta Maia está completamente loca! —dijo Amaya, mirando a su lado derecho. Esperó una respuesta de su amigo invisible (que le estaba hablando desde su propia cabeza) y susurró: “Sí, vámonos de aquí”.
            Me quedé sola y volví a pensar en mi propio amigo invisible, al que todavía no había conseguido ver. Qué paradojas. Me quejaba del amigo invisible de Amaya y el mío tenía las mismas iniciales, y casi el mismo nombre: OMG. Olly Molly Guacamoli.

                                    todavía no he visto a mi amigo invisible
  
          El último día de guardería del año no dio para mucho más. Los padres primerizos se olvidaron a Magú debajo de la cuna de la guardería. Así que no tenía que preocuparme de sus planes de imponer el Wasabi como cena de bebés hasta el año que viene.
            ¡Por fin empezaban las vacaciones de Navidad!



miércoles, 19 de diciembre de 2012

Tres arañazos de Wasabi



        Cuando me desperté, Agú seguía mojado. Colgado en el tendal y con pocas posibilidades de venir conmigo a la guardería. Magú sería, de nuevo, mi muñeco al que chupar antes de dormir. Cogí a Magú por la pechera. Le dije que no sería nada fácil convencer a millones de bebés de comer semejante asquerosidad. Le pregunté por el supuesto quinto componente de sus guerreros Wasabi, el misterioso OMG.
          —Será que no estás deseando con suficiente fuerza que se presente junto a ti, querida Maia. O a lo mejor, el muñeco al que estás invocando no existió, y tu padre se dormía sin ningún muñeco a su lado. Piensa en otro muñeco al que invocar durante el día. 
        De camino a la guardería, Magú me explicó algunas cosas que los muñecos para morder antes de dormir habían conseguido.
          —Hace unos años, los médicos recomendaban que los bebés durmiesen boca abajo. Eso suponía, que muchas veces se quedasen encima de nosotros y nos aplastaban. ¿Qué tuvimos que hacer? Medidas drásticas para que los médicos recomendasen que los bebés durmiesen boca arriba, como hacen ahora.
            —¿Medidas drásticas? —Magú me empezó a dar miedo. —¿Qué quieres decir?
            —Medidas drásticas, querida Maia. Medidas drásticas.
            —Paso de tus movidas, Magú. Estoy deseando volver a tener a mi querido Agú sobre mis brazos.
            Solté a Magú debajo de la cuna de la guardería en donde duermo y cerré los ojos para desear que el muñeco con el que había dormido mami de pequeña, se apareciese junto a mí.
           
                                         a punto de morder la pata del malvado Magú

         En la guardería era el día de la gran final del primer campeonato de El Club de la Lucha. La final era entre el chino Ping y la rubita de coletas repipi, Mackenzie. Ping estaba completamente enamorado de Mackenzie. Estaba claro que se dejaría ganar. Kooper, que había madurado mucho en las últimas horas, les dejó las cosas claras.
            —No quiero ni trampa, ni cartón.
            Ping no entendió la frase hecha y se quedó pensando en su significado. Mackenzie aprovechó la cara de alucine de Ping y le prometió un beso a la hora del patio. La pelea duró poco. Ping perdió por tres arañazos en menos de un medio minuto.
            Ahora Mackenzie tenía el poder de la guardería y ella elegiría la siguiente actividad.
            —Chicos, chicos; ya sé qué vamos a hacer el próximo lunes: Concurso de Curling sobre hielo en la sala de los gorros perdidos. Y no se hable más —dijo Mackenzie, saltando como una animadora de fútbol australiano con pompones en las manos.  
         Por suerte, los lunes me quedo en casa, así que no tendría que ver cómo se las ingeniaban para fabricar una pista de hielo y jugar al Curling, el juego de la escoba y la piedra de granito de 20 kilos; cuando en la calle, la temperatura media era de 35 grados.
          
                                             el emocionante juego del Curling
        Me senté al lado de las chicas. Hacía tiempo que no hablaba con ellas. Me preguntaba si ellas también tendrían a sus muñecos para irse a dormir en rebeldía.
            Me asusté cuando Amelie me dijo que quería comer Wasabi. Su muñeco para dormir le estaba convenciendo para que lo probase. Amaya decía que su osito le estaba intentando meter en la cabeza que hiciese que sus padres se aficionasen a la comida japonesa, pero que ellos seguían prefiriendo las hamburguesas del McDonald’s. La actividad de la guardería nos importaba un pimiento. (“¿Qué tal quedaría un pimiento con el salmón, el curry y el Wasabi?”, me pregunté). Parecía que la encrucijada para cambiar la leche materna y poner de moda el Wasabi estaba empezando a funcionar entre algunos bebés cercanos.  
         Tenía que hacer algo.

lunes, 17 de diciembre de 2012

El plan secreto de Magú y los suyos



          Se acercaban las dos de la madrugada y seguía con los ojos abiertos. Los guerreros del Wasabi seguían explicando sus historias, sin tener en cuenta que mañana teníamos que madrugar. Vudú era el más inquietante de todos. Antes de que explicase la suya, ya me imaginaba de dónde había salido.
            Vudú estuvo muchos años durmiendo con un hechicero budista. Un anciano solitario que vivía en el Tíbet  y  que  hacía muñecos que representaban personas. Vudú era el primer molde de todas las representaciones, la primera prueba. Allá donde el anciano clavaba la aguja sobre Vudú, la persona representada sentiría un dolor insoportable en cualquier lugar del mundo.
         —Ahora ya tengo la piel insensible, Maia. Prueba  —me invitó a que le clavase una mini espada samurái en cualquier parte de su cuerpo.
            —Estoy en contra de la violencia, pero si insistes —le atravesé la pierna derecha con la mini espada samurái. Algún pobre desgraciado estaría ahora sintiendo un dolor punzante en su pierna.

                                            después de la batalla de comer
      
           El último muñeco del grupo era invisible. No soy de esos típicos bebés que tienen amigos invisibles, pero Magú me explicó que Olly Molly Guacamoli (OMG, el muñeco invisible), era real y estaba allí. Era moldeable a cualquiera de mis deseos y podía convertirse en  quien yo quisiera. No hacía falta mirarlo durante 15 segundos, como a los fantasmas del puré, para que se convirtiera en un personaje de dibujos animados. Podía convertirlo en quien yo quisiera.
            OMG no me contó ninguna historia. Estuvo callado todo el rato y no conseguí verlo por ningún sitio.
            —¿Y cómo sé dónde está, si no lo veo? —le pregunté a Magú.
          —Tienes que desear que se aparezca en la forma de quien  tú quieras. Con mucha fuerza, querida Maia. Usa la fuerza de la mente.
            Me vino a la fuerza de mi mente que quería que se apareciese el muñeco con que dormía el calborotas. No sé qué mosca me había picado, pero me apeteció ver con quién compartía sueños. Mientras apretada mis ojos para concentrarme en el deseo, le pregunté a Magú de dónde venía el nombre de “Los Guerreros del Wasabi”.
            Magú se explayó, mientras mis ojos seguían apretados. Deseando.
           —El Wasabi es un condimento japonés que tiene poderes mágicos para nosotros; los muñecos que nos dedicamos a dejarnos morder para que los bebés se duerman. Hemos estado sufriendo durante décadas el sabor asqueroso de la leche materna. Después de que un bebé nos muerda, apestamos a leche. Y nuestra labor es erradicar esto de una maldita vez. Los guerreros del Wasabi y yo tenemos una misión en la Tierra: ¡Que a partir de ahora los bebés dejen de tomar leche materna antes de dormir! Queremos imponer el Wasabi como cena para los bebés, que nos muerdan con fuerza, dejándonos en nuestra piel el sabor de tan delicioso condimento… —Magú estaba de pie, con los brazos extendidos, como si fuera Moisés, abriendo las aguas del Mar Rojo. 

                                     así estaba Magú cuando me contaba sus planes
             
            De repente, Hindú le cortó en seco.
            —Y que el curry también sea parte de esa cena; acuérdate de nuestro trato, Magú.
            —Y el salmón ahumado —añadió Magnus, aportando lo mejor de la gastronomía sueca.
            Mis ojos dejaron de apretar para que el muñeco con el que dormía el calborotas se apareciese a mi lado. Me entraron ganas de potar.
          —¿Me estáis contando que queréis cambiar la leche materna, la cena rica de los bebés, por algo que lleve salmón ahumado, curry y Wasabi? —las arcadas me hicieron repetir las judías verdes que había tomado de cena.
          —Así es, querida Maia: El Wasabi nos da un poder infinito que sólo vosotros, los bebés del mundo, nos podéis transmitir, cuando nos chupáis antes de dormir.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Magú y los Guerreros del Wasabi



            Magú tiene la misma mirada inocente que su hermano. Un tacto suave, brazos tiernos y orejas redondas. Le falta la capa azul y lleva un jersey a rayas grises que parece el traje oficial de una prisión de alta seguridad. Eso fue lo que le pregunté cuando el calborotas me lo dio para dormirme.
            —¿Tú tienes un pasado oscuro, verdad Magú?
            Magú no contestó nada, dejó que le comiese el brazo derecho, la oreja izquierda  y al rato me preguntó si podrían subir sus amigos a la cuna. Los otros muñecos que habían viajado con él hasta llegar a casa. No tenía demasiado sueño, así que no me importaba demasiado escuchar historias.
            Magú me explicó cómo se tuvo que marchar de la última casa problemática en la que había estado. Aguantaba los golpes y maltratos de un bebé que no lo quería para dormir, lo quería para arrancarle los brazos y las piernas.
            —Yo también tenía una capa azul, pero aquel demonio me la arrancó de cuajo —me dijo, fingiendo lágrimas de cocodrilo.
            En el trayecto desde España a Australia, Magú fue recogiendo antiguos amigos que trabajaban en diferentes países como muñecos que los bebés chupan para quedarse dormidos. Ese era el punto de conexión de los cinco amigos de Magú.
            —Somos los Guerreros del Wasabi; más tarde te explicaré el por qué  —soltó Magú.
             
                                                   Maia con coleta rosa y con Magú 

        Los Guerreros del Wasabi se fueron presentando. Mi cuna parecía una reunión de alcohólicos anónimos:
            —Hola, me llamo Magnus y soy un muñeco que los bebés chupan para dormirse —dijo el primero.
            Magnus era un muñeco sueco con cara de panolis, orejas de elefante y nariz de koala; la supuesta belleza sueca tenía su excepción, y esa era Magnus. Se escapó de la última casa una noche en que su dueño estaba de viaje. Magnus dormía cada noche con el tipo que se inventa los nombres de los muebles del Ikea. Un tipo extraño, soltero y  sin hijos, que se tenía que dormir con Magnus en la boca. Su mayor creación había sido ponerle el nombre al sofá Karlstad y a la librería Expedit. Magnus temblaba al terminar su relato y dejó paso al segundo guerrero Wasabi.
            —Hola, me llamo Hiro y soy un muñeco que los bebés chupan para dormirse.
            —Hola, Hiro —contestamos todos a la vez.
            Hiro tenía heridas por todo su cuerpo. Su último amo fue un japonés afilador de espadas samuráis. Vivía acechado por la muerte cada noche. El hijo del afilador tenía la extraña manía de llevarse mini espadas samuráis a la cuna, y en vez de chupar los brazos o las piernas de Hiro, se dedicaba a clavarle mini espadas por su cuerpo.
            —¿Sabéis lo que es el harakiri? Pues cada noche tenía que pasar por uno antes de que el maldito bebé se durmiese.
            Hindú fue el siguiente muñeco en presentarse. Olía a curry que tiraba de espaldas y tenía miedo al váter. Explicó que el día que un niño aprende a ir sólo al lavabo, era el día que se caería por el váter y moriría ahogado.
              —¿Pero quién se caería dentro del váter, tú o el niño?  —le pregunté a Hindú.
           —Cuando un niño aprende a mear sólo en el váter, es el día que su muñeco para chupar pasa a mejor vida.
            El acento indio de Hindú me tenía un poco confundida. Asentí como hace el calborotas cuando habla en inglés con algún australiano y dejé pasó al penúltimo guerrero Wasabi. Su nombre era Vudú.

                                               reclamando mi sitio en el sofá