martes, 29 de enero de 2013

Las camisetas me hablan



        La piscina me dejó tan destrozada que hasta mis sueños estaban dormidos. Es algo que sólo me ocurre cuando estoy realmente agotada. Normalmente cierro mis ojos, abro la cortina de los sueños y espero a que el portero de los sueños se acerque a mí y me pregunte:
        —¿Qué tal está hoy, señorita Maia?
       —Muy bien, Pepe —le suelo contestar al portero de mis sueños. Se llama Pepe y es buena persona. Luego me aconseja un posible sueño para mi siesta, o para toda la noche, abro la puerta del sueño que he elegido y me dejo llevar. Algunos días, como el de la pesadilla, a Pepe se le va la pinza, y me lleva hasta lugares que no deberían ser vistos jamás por un bebé de siete meses, pero se lo perdono.
            Después de la piscina, me encontré a Pepe echando una cabezadita.
            —Huy, perdone, señorita Maia, creo que me quedé dormido…—la saliva le caía por la comisura de los labios. —¿Está lista para su sueño diario?
            —No Pepe, creo que hoy me voy a dedicar a sobar. Sin sueños. La piscina me ha dejado agotada.
           —A sus órdenes, señorita Maia ——Pepe es muy servicial y me saluda siempre con mucho respeto, asintiendo con su cabeza hacia abajo. 

                                                     explotando mi parte Grunge
 
        Los padres primerizos tenían ganas de comer en un restaurante italiano que hay en la ciudad. El propietario es un tipo que quedó segundo en un concurso de cocina del canal 10, hace un par de años. Se llama André y al igual que Pepe, parece buena persona.
           Cuando me desperté de la siesta, ya estábamos en el restaurante. La conversación de los padres primerizos estaba a éste nivel de elocuencia.
            —La barba rubia del camarero me parece ridícula —soltó el calborotas.
            —A mí no —dijo mami.
            —A mi sí. Es ridícula.
            —Pues a mí no.
            —Además, el camarero es gay
            —Creo que no.
            —Yo creo que si…
            Desconecté por aburrimiento y le pregunté a Agú si el camarero era gay.
            —Ese tipo de barba rubia sólo puede llevarla un camarero gay. El calborotas tiene razón —Agú me confirmó algo que me traía sin cuidado.
            En ese lance de la conversación, la cabeza del calborotas ya no era la de una ballena; ahora tenía pinta de sardina enlatada. Cuando de repente, algo llamó mi atención. Los dibujos de la camiseta del calborotas empezaron a hablarme.

                                              la camiseta que me empezó a hablar
          
            —Hola Maia, ¿qué tal?; somos Jules y Vincent; los tipos guays que hay en la camiseta que lleva hoy tu padre.
            —… —me quedé sin habla.
            —No te asustes, mujer. Esta alucinación se debe a la sobredosis de cloro que llevas encima. Dura un par de horas, pero es taaaan divertido —el que hablaba era Vincent. Bueno, Travolta yendo de Playmobil.
            —¿Y puedo hablar con vosotros siempre que beba agua con cloro? —les pregunté a los dibujos de la camiseta.
            —Así es, pequeña —ahora habló Jules. El negro. —Y eso no es lo único que puedes hacer cuando vayas pasada de cloro. Te lo aseguro.
            Jules y Vincent me guiñaron los ojos y asintieron con la cabeza; igual que hace Pepe cada vez que le pido un sueño cuando estoy dormida.
         —Pues tendré que seguir yendo a la piscina para ver qué puede hacer el cloro por mí.
        —Pero no te pases Maia, que las sobredosis son muy malas —dijo Vincent, antes de que el camarero con barba rubia les trajese el segundo plato de pasta a los padres primerizos.
            El cansancio me seguía cerrando los ojos. Agarré a Agú de la pata y le chupé la capa. Antes de que los padres primerizos se terminasen los postres, tenía que volver a echarme otra siesta y dejar que el cloro se diluyese un poco más. Me despedí de Jules y Vincent, cerré los ojos, y dejé que Pepe me diese un sueño relajado para las próximas dos horas.

                                        el baile de Pulp Fiction mola mogollón


lunes, 21 de enero de 2013

La piscina de Parafield Gardens



        Los padres primerizos llevaban todas las vacaciones navideñas con el rollo de que un día iríamos a la piscina.
         —¡Vamos a ir a la piscina, nena! ¡Ya verás qué divertido! —decían día sí, día también.
         Y llegó el día.
      Una piscina es como una bañera, pero a lo bestia. Los juguetes que en la bañera de casa están esparcidos aleatoriamente, en la piscina, son cabezas humanas que simulan ser patos, que a su vez simulan ser juguetes, que lo que realmente querrían ser son seres humanos. La rueda de la vida. Uno está en el mundo queriendo ser siempre lo que no es. Un juguete se pasa la vida queriendo ser una persona, y ésta, lo que querría ser es un juguete, para no hacer nada y pasarse el día jugando. Menos yo, que estoy disfrutando tanto de ser yo misma.

                                                     en la bañera de casa
 
          Me lanzo a la piscina con cara de velocidad, pero el calborotas me sujeta por los brazos.
          —¿Dónde vas mi niña? —me dice asustado, al ver mi seguridad.
       Me quedo suspendida en el aire. “Tú niña se va a pegar un chapuzón, que esto parece molar mogollón”, pienso, mientras intento escabullirme de sus zarpas. No lo consigo.
       Después de cambiarnos de ropa, por fin nos metemos en el agua. Las cabezas de las personas que quieren ser juguetes se mueven alrededor. El agua está un poco más fría que la bañera de casa, pero no me importa. Tenemos media hora para disfrutar de la gran bañera. El olor también es diferente. Me atrae, me seduce. El agua de la piscina, mola.
         La instructora se acerca a nosotros con la lista de asistencia en la mano. El papel está completamente empapado.
            —¿Y tú debes ser Maia, verdad? —me pregunta, esperando que un bebé de siete meses le conteste algo. El calborotas está ágil y contesta por mí.
            —Yes, is Maia—dice con su mejor acento australiano. La instructora no le entiende.
            —Pero, ¿se pronuncia Maia o Maia? —la instructora (a partir de ahora, tipa con bañador chungo), pronuncia mi nombre, las dos veces,  de la misma manera. El calborotas me mira buscando ayuda, y yo disimulo, metiendo mi boca en el agua. El agua de la piscina está muy rica.
            —Es Maia —le responde el calborotas, pronunciando mí nombre como se dice: Maia.
            —Ah…Maia, ya decía yo, que era Maia, y no Maia —la tipa con bañador chungo parece salida de un manicomio. Ha repetido mi nombre tres veces de la misma manera, y se cree que lo ha pronunciado de diferentes maneras. Estamos locos, o qué.

                                en la piscina de Parafield Gardens el cloro está rico
           
       Un rato después de empezar la clase, el calborotas se acerca al borde de la piscina para decirle algo a mami.
            —Creo que ésta piscina tiene demasiado cloro.
            —Pues ten cuidado que la nena no beba mucha agua —le advierte mami.
            “¿Así que esto que huele rico se llama cloro?”, me digo a mi misma, moviendo las cejas y la cabeza hacia arriba, como si acabase de descubrir una pócima contra la calvicie.
            Tengo sed de agua con cloro. El cloro tiene un sabor extraño, que me engancha. Me paso la clase intentando beber agua con cloro, y el calborotas me lo intenta impedir.
            Nos pasamos la media hora de clase cantando canciones aburridas (en inglés), que nadie se quiere aprender; dando palmadas sobre el agua y recogiendo juguetes del centro de la piscina, para meterlos otra vez en el cesto de donde salieron. Me aburro. Y todo esto, simulando que sabemos nadar.
            Mientras el resto de bebés está más preocupado por intentar pillar un juguete que llevarse a la boca, yo me paso la clase intentando beber agua con cloro. Tendré que investigar qué extraño poder me da el cloro, porque de repente, la cabeza del calborotas estaba empezando a tener forma de ballena gigante.

                                         la cara del calborotas después del cloro

viernes, 18 de enero de 2013

Pesadillas en Otway Crescent



      El sueño me venció en la lucha de pulgares que había iniciado contra él, su dedo gordo era mucho más rápido que el mío, eso, y que mi cabeza no estaba para grandes batallas, hicieron que mis párpados empezasen a pesar. Entonces, supe que tenía que ponerme a dormir. Irremediablemente.
            La cara de mami fue lo último dulce que vi esa noche. Me dió las buenas noches y fue a despintarse los ojos. Los efectos de mezclar sustancias, no me iban a traer buenos sueños. Lo intuía. Agú seguía agarrado a los barrotes de la cuna. Mis ojos se cerraban. Creí entrar en un sueño dulce, pero cinco segundos después, todo se había convertido en una Pesadilla. 

                                                   flipando con el pollito Pío
         Estaba sentada en el carrito de siempre, paseando por un bosque desconocido. No había casas de cerditos alrededor, ni lobos intentando comerse a niñas con abrigos rojos, pero notaba que no era un bosque agradable por el que pasear. Escuchaba las voces de los padres primerizos, pero no les podía ver la cara. La luz del sol se escondió bajo una nube con forma de teta gigante. Empezaba a tener hambre. Mucha hambre. Necesitaba la teta de mami. Respiré hondo y les pedí que me hicieran caso. Quería comer. Ya.
            Cuando los padres primerizos se asomaron al carrito, me quedé de piedra. La cara de mami era la de Fernando Trueba. El calborotas se había convertido en Gabino Diego. Los dos me miraron sin sorpresa. Como si sus caras hubiesen estado allí desde el día de mi nacimiento. Fernando Trueba me intentaba hacer las mismas gracias que solía hacerme mami, pero como yo no sabía a qué ojo mirarle, me puse nerviosa y empecé a llorar. Gabino Diego intentaba cazar moscas al vuelo. El miedo empezó a recorrer mi espina dorsal. El hambre recorría otro camino: el que iba de mi estómago a la teta de Fernando Trueba.
            —Esta niña tiene mucha hambre y le voy a dar teta rica —le decía Fernando Trueba a Gabino Diego, que todavía no había cazado ninguna mosca al vuelo.
            —aaa mmm aaa mmm —fue la contestación de mi nuevo padre, que ya no era calvo.
            Fernando Trueba me cogió en brazos, se desabrochó la camisa de cuadros y acercó mi boca hasta su pecho. Eran las tetas de mami, pero con esa cara barbuda delante, no me podía concentrar. Seguía sin saber a qué ojo mirarle. Gabino Diego había cazado su primera mosca al vuelo y estaba contento. Tenía que despertarme:…aaaaaahhhh!

                                         los padres primerizos en la pesadilla

        Me despierto sudando. La pesadilla parece que ha pasado, pero sigue estando oscuro, y los padres primerizos están durmiendo la mona. No se enteran de mis gritos desde la cuna. Cambio de planes. Tengo que volver a cerrar los ojos, y cruzar los dedos para que la pesadilla no se repita. Me duermo.
          Ahora estoy de pie, sobre el escenario del programa “La Voz Infantil”. Las cuatro sillas están giradas. No estoy nerviosa, y me sienta bien estar de pie. Me estiliza un montón. Sonrío y empiezo a cantar la canción que me he preparado en los últimos meses, con su coreografía y todo: “Soy una taza, una tetera, una cuchara y un cucharón…”. Ninguna silla se gira. Empiezo a sudar.  Tengo menos de un minuto para convencer al jurado. “Soy un salero, azucarero, la batidora y una olla exprés…”. Un segundo antes de que termine mi tiempo, se gira una silla.
            ¡Nooooo! Podía soportar tener una madre con la cara de Fernando Trueba, pero formar parte del grupo de David Bisbal era demasiado.
            Mis gritos de terror despiertan a todo el vecindario. Los padres primerizos se acercan corriendo hasta la cuna. Mami ya no tienen la cara de Trueba, ni el calborotas está cazando moscas. Respiro hondo y sonrió. Mañana, por suerte, será otro día.

                           así se quedó Bisbal al oír mi interpretación de "Soy una taza"

                                                                      la canción