lunes, 29 de abril de 2013

Entrevista en el Departamento de Salud Mental



      Matusalén —al que mami no deja de llamar “papi”— tuvo el otro día una entrevista de trabajo para ser entrenador personal en un centro de salud mental del gobierno de South Australia. O sea que tenía la posibilidad de entrenar a locos, ex convictos, ex drogadictos y gente con problemas mentales en general. Cada vez que tiene una entrevista de trabajo se pone nervioso; le da por cortarse el poco pelo que le queda, afeitarse la barba más de lo que debería y ponerse la camiseta negra que a mami tanto le gusta. Desde el día le dijo que estaba muy guapo con esa camiseta es lo único que hace: ponérsela cuando tiene que dar buena impresión. El caso es que se cortó el pelo la noche anterior a la entrevista y nadie se fijo en el mechón extremadamente largo que se había dejado en el cogote. Yo lo vi, pero no le dije nada pensando que se trataba de una nueva moda de peinado para entrenadores personales. Me imaginé que habría visto algún anuncio del tipo: “Déjate una rasta de pelos largos en tu cogote y acojona a tus clientes: Sé un Personal Trainer con agallas. Córtate el pelo como yo”. O vio un anuncio así, o no entiendo por qué se dejó un peinado tan raro. En fin, a lo que iba.
      Después de la entrevista, Matusalén volvió a casa con una cara de susto que denotaba que la cosa no había ido como él esperaba. Lo compartió con la familia y yo os lo cuento a mi manera. 

                                                      Maia comiendo sushi
  
      Matusalén llegó al centro de Salud Mental del Gobierno de South Australia media hora antes de la hora estipulada para la entrevista. Empezó a caminar por las salas del centro de Salud Mental y se acercó a una puerta que ponía: “Entrada para Enfermos Peligrosos”. No se dio cuenta del botón rojo que abría la puerta, se apoyó sobre él y la puerta se abrió. Miró alrededor y pensó, en plan aventurero: “Vamos a ver qué hay por aquí”.
      En esas que el enfermero de turno estaba haciendo su ronda rutinaria de paseo para controlar que todos los locos estaban en su sitio. El enfermero lo vio por la espalda —y con ese corte de pelo de loco que llevaba—, y  pensó: “Otro que se ha escapado de su habitación”. Se acercó a Matusalén y le tocó el hombro:
      —¿Qué pasa colega, dando un paseo por la planta?
      —Ah…, hola, no, yo tengo una entrevista para un trabajo como Instructor de deporte en un rato —dijo Matusalén.
      —¿Instructor de deporte?…oh, vaya, qué guay,  ¿no? —dijo el enfermero.
      —Si, si, lo tengo dentro de un rato y como me sobraba tiempo quería dar una vuelta por el centro…
      —Vaya, ya veo. Así que ya no eres Napoleón, ahora eres “instructor de deporte”
      —¿Cómo? —preguntó Matusalén/Napoleón medio asustado.
      —Vamos, ¿a quién quieres engañar? Tú eres el de la habitación 324, que te tengo visto, con ese corte de pelo…ays, éstos locuelos…
       —No, no, señor enfermero. Yo soy español y vengo aquí para una entrevista de trabajo, de verdad.
       —Uy si, español, sí,  claro. Pero, ¿Napoleón no era francés?
       —No, si yo soy de Barcelona; soy del Barça… Messi —a Matusalén/Napoleón/Pinocho empezaban a temblarle las piernas y la lengua se le trababa, diciendo cosas sin sentido.
     —Así que Messi; pero si Messi ya lo tenemos en la habitación 322. ¿No serás Shakira, majete? —el enfermero, corpulento, con tatuajes en el cuello y brazos como piernas de atletas negros, no se dejaba engañar.
    —Señor, le juro que yo vengo para una entrevista de trabajo para ser entrenador personal de los locos…—los nervios otra vez le hicieron decir palabras que no quería.

                                             Los locos andan sueltos 
 
      El enfermero corpulento no atendía a razones y cogió a Napoleón —creo que voy a rebautizarlo así— por los hombros.
       —Señor, por favor…—suplicó Napoleón
       —Vamos a tu habitación, colega, que tengo mucho trabajo ésta mañana…
     Por suerte para Napoleón, una de las enfermeras que estaba por allí y que conocía perfectamente a todos los locos de la sala, le dijo al enfermero corpulento que “aquel no era ninguno de la planta; que se lo llevase a recepción a ver si encontraba la habitación en otra planta”. El enfermero corpulento lo llevó hasta la recepción y le dijo a la recepcionista que averiguase de dónde salía éste tipo.

                                                             Napoleón golpea de nuevo
 
      Napoleón se atusó la rasta de su cogote y le explicó a la recepcionista quién era.
     —Huy sí, es verdad, sí que teníamos hoy una entrevista para eso de Instructor de deporte… ¿tú nombre era? —le preguntó la recepcionista.
      Napoleón estaba tan asustado que no supo qué contestar.
      —Ya no sé quién soy, pero creo que ya no quiero trabajar aquí.
     Al terminar de contarnos la historia, Napoleón se acurrucó en el sofá, se agarró las piernas y empezó a balancearse durante el resto de la noche. 

                                 The Smiths. "Bigmouth Strikes again"

lunes, 22 de abril de 2013

Empatía entrópica



      Me desperté mirando al techo de mi habitación con un ataque de tos seca que ya quisiera un fumador empedernido. Mi cabeza seguía pensando en Daku, pero ya no estaba en su cuerpo. El techo de mi habitación no tiene estrellas y lo más cercano a la naturaleza que hay es la mirada permanente de Owlie —el búho que cuida de mi por las noches—, así que le pregunté qué tal había dormido esa noche, por si él había notado algo especial.
       —Fue una noche muy entrópica, Maia.
       —¿Entrópica?, ¿qué narices es eso? —le pregunté.
     —Teniendo una madre Doctora en Física deberías saberlo: la entropía es la ley del desorden. Todo lo que se puede desordenar, se desordenará. Imagínate que tiras un vaso de vidrio al suelo…
       —¿Con leche? —le interrumpí
       —Si, qué más da. ¿Qué le sucede al vaso?
      —Pues que Matusalén recoge los trozos de vidrio, limpia la leche con la fregona y mami me riñe; pero como soy guay, le sonrío de esa forma pícara que tanto les gusta y aquí no ha pasado nada —sonreí.
       —Bueno, ya veo que la Física no va a ser lo tuyo —dijo Owlie en voz baja.
     —Ya veremos, colega. Igual me hago Doctora en Física igual que mami. Miraré dentro del espejo del lavabo y le echaré un vistazo a la puerta de mi futuro que ponga: “Maia Doctora en Física”.
       —Bueno, para que me entiendas: esta noche te moviste más de lo normal…
       —Así que tuve una noche desordenada.
       —La vida es desordenada, querida Maia.
       Dejé al filósofo de Owlie dormir en mi ausencia y les grité a los padres primerizos para que me viniesen a buscar a la cuna. Tenía ganas de llegar pronto a la guardería y contarles a mis amigas lo que me había ocurrido.
                                              Entropía en la caja de juguetes de Maia
 
      Cuando llagamos, todos estaban desayunando. Esperé que se acabasen los cereales y les conté a mis amigas de la BabyRoom las aventuras de mis últimas 24 horas; pero sus miradas y la caras de “tía, qué mal estás de lo tuyo” me dejaron claro que no se estaban creyendo ni una sola de mis palabras.
       —¡Os juro que me pasó todo eso! —dije cabreada.
       —Eso me suena a un caso típico de “Empatía con el otro” —dijo Amaya, que últimamente estaba de lo más sabihonda.
     —¿Empatía? ¿Entropía?; qué pasa que hoy os ha dado a todos por ir de cultos —dije yo, que seguía con mi tos seca después de haber dormido en la playa.
      —Mira, te cuento un ejemplo de empatía muy fácil de entender: Imagínate que estás en una habitación y alguien bosteza: ¿a que todo el mundo bosteza? Pues eso es empatía —dijo Amaya.
       —¿Y qué pasa si alguien no bosteza? —pregunté.
      —Entonces el que no bosteza es un asesino, porque no tiene empatía. Lo explicó el otro día mi padre. “La empatía es bostezar cuando otro bosteza. Si no lo haces, es que eres un asesino” —soltó sin despeinarse.
            —Qué miedo, ¿no? —Dije yo— ¿Por qué no hacemos la prueba y bostezamos delante del resto de bebés? Así sabremos quién será un asesino en el futuro —levanté las cejas un par de veces —ya sabéis, ese movimiento de: “seamos malotes y hagamos la prueba definitiva para saber en quién no confiar a partir de ahora—. El resto estuvo de acuerdo.
                                                    La empatía del bostezo
      Yo tenía el bostezo más sonoro de la BabyRoom, así que me dispuse a abrir la boca como un león.
    —¡Aaaahhhhgrrrarararaaaaaaaahhhgragaarr! —con mi bostezo dejé bien claro que todos debían mirarme y dejar inmediatamente lo que estaban haciendo.
    El bostezo se contagió por toda la BabyRoom y casi todos los bebés empezaron a abrir la boca. Todos menos uno, que me miró desafiante y mantuvo su boca cerrada tras mi bostezo leonino. Levantó una de sus cejas y la mantuvo en esa posición desafiante hasta que el resto de bebés terminó de bostezar.  El bebé recién llegado y sin nombre conocido volvió a mostrar su cara más oscura. Y yo me cagué de miedo, dejando el pañal con una entropía tal, que ninguna cuidadora quería cambiármelo.

                                                 La entropía para neófitos

jueves, 18 de abril de 2013

Las tierras de Daku



      Llegué al poblado en brazos de mi nuevo padre con ganas de disfrutar a tope mis 24 horas como aborigen. Desde la piscina hasta nuestra tienda bailamos 4 danzas de la lluvia, hicimos dos invocaciones al Rey del Desierto Pirlinyanu y me explico el significado de algunos nombres aborígenes:
       —Ya sabes hijo, que Daku significa “arena de los pobladores de éste continente”; por eso vamos a recoger un poco más de arena de la playa, antes de que se ponga a llover, que hoy nos hemos pasado con las danzas mojadas.
        El poblado Jakamarra está cerca de una playa paradisiaca a la que ningún hombre blanco puede llegar. Yo estuve allí; cogí un puñado de arena con las dos manos, me la metí dentro del pañal y dos minutos más tarde empezó a llover.

                                                       Maia en tierras australianas 
 
      Daku colecciona tierra de diferentes sitios. Teniendo en cuenta que hay niños que se la comen, coleccionar tierra no me parece una mala idea. Lugar al que va, arena que pilla. Tiene arena de una tumba, de dos desiertos, de tres volcanes, de cinco montañas y de doce playas. Las tiene guardada en botes de Nocilla vacíos, con su etiqueta alrededor pegada con celo y la fecha de recogida. Muy profesional. La recoge con la ayuda de su padre, Amaroo, que en lengua aborigen significa “lugar resguardado y silencioso”. Amaroo entró en nuestra tienda de campaña y se frotó la nariz con una mujer que supuestamente era mi madre aborigen y le dijo:
          —Mañana tenemos que marcharnos de aquí: Daku ya tiene la arena que necesita para su cometido.
                                                Aborígenes en tierras australiana
 
       Mi madre aborigen se llama Burilda —que significa “cisne negro sin plumas”— y no colecciona nada. Estaba preparando un pollo desplumado que tenía una pinta exquisita. En la entrada de la tienda había una inscripción escrita en diferentes idiomas que ponía: “Nosotros somos el eslabón perdido”; una fotografía colgada al lado de la inscripción, de los que parecían los tatarabuelos de Daku, le daba todo el sentido a la frase.     
     Llegó la hora de comerse el pollo después de estar practicando un rato con un Didgeridoo —instrumento de viento ancestral de los aborígenes— para bebés. Intentaba hacerlo sonar, pero de allí no salía ni un mísero ruido. Entonces Burilda me pasó un muslo, ella tenía el otro en su mano derecha y Amaroo levantó con las dos manos el resto de pollo hacia el techo. Tocaba la plegaria de antes de la comida
    —Ummmm, Jakamarra Pirlanyu Jakamarra…Que lo rico del pollo se transforme en sabiduría, fuerza y belleza, y que el resto salga rápido fueeeraaa del vieeentreeee…ummmm.
    —Ummmm, fueeeraaa del vieeentreeee —replicamos Burilda y yo, antes de darle el primer bocado al muslo.
     Cuando terminamos de comer, Amaroo sacó un boomerang de una caja de cartón y me enseñó a lanzarlo por la playa. Mientras practicaba con el boomerang me contó  una historia que me dejó con el pañal temblando.
    —Daku, hijo mío, ya sabes que nuestros ancestros fueron arrancados de esta tierra por el hombre blanco; nos quisieron exterminar y al ver que no podían con nosotros, quisieron “endrogarnos” con drogas malas, caca de esa que a tu tío Kanata le hacen ser tan gracioso, pero que tu, Daku, no debes probar jamás…Bueno, a lo que iba. Los hombres blancos deben cumplir su castigo por habernos sacado de nuestras tierras; y para eso estamos recogiendo arena de esos sitios, para cumplir con nuestro cometido de volver a ser la única raza que viva en Australia…Tienes que aprender a lanzar el boomerang y con el “encanto de la arena robada” lograremos volver a ser la única raza que viva aquí.

                                            Amaroo con su boomerang
 
      La noche caía sobre nuestras cabezas aborígenes. Amaroo me metió en las frías aguas de la playa para depurarme de malas vibraciones blancas y antes de volver a la tienda me elevó hacia el cielo —de igual forma que había hecho a la hora de comer con el pollo— y le pidió a los dioses del cielo estrellado que cuidaran de mí.
       —¡Oh dioses del cielo estrellado, cuidad de Daku y convertidlo en el héroe que nuestra raza necesita! Que todas las tierras guardadas en los botes de Nocilla vuelvan a ser sólo nuestras…
       —Prrrrrrrr —sonido de pedorreta, pedo y símbolo de Star Trek a la vez, mirando al cielo estrellado—. No se me ocurrió otra cosa mejor que hacer y Amaroo me miró como si yo no fuera realmente yo.
       —¡Por favor Daku!: como castigo por faltar de esa manera a los dioses del cielo estrellado, esta noche dormirás sobre la arena fría de la playa.
            Y allí me quedé, mirando el cielo estrellado sobre la arena de la playa.

                                              Manel. "Boomerang"