El otro día me
desperté con la sensación de que era un dibujo animado. No era cuestión de
fiebre o de haberme tragado ningún virus de última generación; miraba a mí alrededor
y todo me parecía un decorado de dibujos animados. Hasta Agú tenía forma de
dibujo; era un oso amoroso, el azul celeste, me dijo que su nuevo nombre era:
Sueñosito.
—¿Sueñosito? —le pregunté.
—Si, soy el oso amoroso del sueño:
el que te acompaña cuando vas a dormir —lo dijo con una voz insoportablemente
ñoña que me hizo vomitar.
Lo tiré debajo de la cuna y él
—Sueñosito, vaya tela de nombre— sonreía estúpidamente como si mi agresión no
le hubiese importado nada.
Grité para que los padres primerizos
viniesen a buscarme. Tocaba ver en qué se habían convertido, o si todo era un
efecto secundario de las galletas de chocolate de mami.
Inciso: Las galletas de chocolate de
mami se salen de ricas. Fin del inciso.
Mami era un canguro con grandes
orejas y una bolsa en la barriga en donde
se suponía que yo tenía que ir; las
patas de arriba eran muy cortas, pero tenía una sonrisa dulce como sus galletas
de chocolate; el otro, el que se suponía que era mi padre, parecía un koala
calvo con ojos minúsculos y nariz aplatanada. Vinieron a buscarme con cara de
koala y canguro —qué cara iban a tener, si eran lo que eran— y me llamaron por
mi nuevo nombre:
—Hola, Platy ¿Cómo ha dormido mi
ornitorrinquito favorito? —dijo mami canguro.
Platy es un ornitorrinco de plástico
que va a cuerda y con el que juego cada tarde a la hora del baño. Lo compró el Padre
Koala —dicho así parece un cura, cosa imposible por otra parte— en el
aeropuerto de Melbourne, y lo utilizan de juguete para el final de cada baño.
Siempre hacen lo mismo:
—¿A ver dónde está Platy? —dice
cualquiera de los dos.
Entonces me lanzan a Platy, que
mueve las patas a gran velocidad y puede nadar sobre el agua de mi bañera sin
hundirse, y yo tengo que cazarlo. Luego se lo devuelvo con cara de “a ver si
cambiamos de juego, que estoy aburrida de la caza de Platy”, y me lo vuelven a
lanzar. La caza de Platy se repite de media unas tres veces.
Pensé que con el desayuno se me
quitaría esa sensación de vivir en el cuerpo de Platy, pero la cosa fue a peor.
Encendieron la televisión en el canal 22, el de los dibujos animados; allí
seguían los mismos dibujos animados que había visto la noche anterior, mientras
cenaba. Como llevo un par de días en los que me cuesta comer, los padres
primerizos deciden engañarme poniéndome dibujos animados para que no me fije en
la comida y trague como una puerca.
Necesitaba un chute de realidad
yendo a la guardería y viendo que las cosas allí estaban en su sitio. La realidad se esfumó al
entrar; todos los bebés de la BabyRoom eran personajes de dibujos animados: que
si Blancanieves, que si la madre de Bambi antes de su fatal desenlace, que si
el cerdito que construyó la cabaña de paja —el vagoneta, vamos—, que si el
Correcaminos sin su Coyote… Busqué a Amelie para ver si ella sabía de qué iba
todo esto. Ella era una de los “Bananas en pijama”;
—Pero, tía, ¿de qué va esto? —le
pregunté con mi pico de ornitorrinco.
—Yo soy B1, la banana en pijama más
divertida —me contestó sin inmutarse—. ¿Y tú, de qué vas?
—Creo que soy un ornitorrinco
—¿Y eso?
—No sé.
De repente apareció Mackenzie como
B2, la otra banana en pijama.
No sé qué comen los ornitorrincos,
pero en aquel momento quise ser frutariana —dícese de la persona que sólo come
frutas que ha caído por sí sola del árbol—y zamparme a B2 de un bocado. Le abrí
el pico de ornitorrinco y le enseñé mis dos dientes de abajo. B2 —antes
conocida como Mackenzie— se cagó en el pañal y la Bruja del Bosque se lo cambió
mientras le preguntaba a un espejo de mano quién era la cuidadora más bella de
la guardería.
Me pasé el resto del día sentada en
un sofá con forma de Mickey Mouse con mi pico de pato, mi cola de castor y mis
patas de nutria. Al rato llegó la nueva
cuidadora de la BabyRoom que me explicó qué me pasaba.
—No te preocupes Maia; esto es lo
que aquí llamamos “Efecto Secundario del dibujo animado”; tienes que dejar de
verlos mientras comes; no es bueno para bebés como tú. Intenta hacérselo ver a
tus padres.
Intenté sonreír con mi pico de
ornitorrinco y lo único que conseguí fue emitir un chillido agudo que despertó
a la banana en pijama B2 de su siesta de la tarde.
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