miércoles, 22 de mayo de 2013

Los efectos secundarios del dibujo animado



      El otro día me desperté con la sensación de que era un dibujo animado. No era cuestión de fiebre o de haberme tragado ningún virus de última generación; miraba a mí alrededor y todo me parecía un decorado de dibujos animados. Hasta Agú tenía forma de dibujo; era un oso amoroso, el azul celeste, me dijo que su nuevo nombre era: Sueñosito.
       —¿Sueñosito? —le pregunté.
     —Si, soy el oso amoroso del sueño: el que te acompaña cuando vas a dormir —lo dijo con una voz insoportablemente ñoña que me hizo vomitar.
     Lo tiré debajo de la cuna y él —Sueñosito, vaya tela de nombre— sonreía estúpidamente como si mi agresión no le hubiese importado nada.
      Grité para que los padres primerizos viniesen a buscarme. Tocaba ver en qué se habían convertido, o si todo era un efecto secundario de las galletas de chocolate de mami.
       Inciso: Las galletas de chocolate de  mami se salen de ricas. Fin del inciso.
     
 
      Mami era un canguro con grandes orejas y  una bolsa en la barriga en donde se suponía que yo tenía que ir;  las patas de arriba eran muy cortas, pero tenía una sonrisa dulce como sus galletas de chocolate; el otro, el que se suponía que era mi padre, parecía un koala calvo con ojos minúsculos y nariz aplatanada. Vinieron a buscarme con cara de koala y canguro —qué cara iban a tener, si eran lo que eran— y me llamaron por mi nuevo nombre:
       —Hola, Platy ¿Cómo ha dormido mi ornitorrinquito favorito? —dijo mami canguro.
      Platy es un ornitorrinco de plástico que va a cuerda y con el que juego cada tarde a la hora del baño. Lo compró el Padre Koala —dicho así parece un cura, cosa imposible por otra parte— en el aeropuerto de Melbourne, y lo utilizan de juguete para el final de cada baño. Siempre hacen lo mismo:
      —¿A ver dónde está Platy? —dice cualquiera de los dos.
     Entonces me lanzan a Platy, que mueve las patas a gran velocidad y puede nadar sobre el agua de mi bañera sin hundirse, y yo tengo que cazarlo. Luego se lo devuelvo con cara de “a ver si cambiamos de juego, que estoy aburrida de la caza de Platy”, y me lo vuelven a lanzar. La caza de Platy se repite de media unas tres veces.
      Pensé que con el desayuno se me quitaría esa sensación de vivir en el cuerpo de Platy, pero la cosa fue a peor. Encendieron la televisión en el canal 22, el de los dibujos animados; allí seguían los mismos dibujos animados que había visto la noche anterior, mientras cenaba. Como llevo un par de días en los que me cuesta comer, los padres primerizos deciden engañarme poniéndome dibujos animados para que no me fije en la comida y trague como una puerca.
     Necesitaba un chute de realidad yendo a la guardería y viendo que las cosas allí  estaban en su sitio. La realidad se esfumó al entrar; todos los bebés de la BabyRoom eran personajes de dibujos animados: que si Blancanieves, que si la madre de Bambi antes de su fatal desenlace, que si el cerdito que construyó la cabaña de paja —el vagoneta, vamos—, que si el Correcaminos sin su Coyote… Busqué a Amelie para ver si ella sabía de qué iba todo esto. Ella era una de los “Bananas en pijama”;
            —Pero, tía, ¿de qué va esto? —le pregunté con mi pico de ornitorrinco.
            —Yo soy B1, la banana en pijama más divertida —me contestó sin inmutarse—. ¿Y tú, de qué vas?
            —Creo que soy un ornitorrinco
            —¿Y eso?
            —No sé.
            De repente apareció Mackenzie como B2, la otra banana en pijama.

             
      No sé qué comen los ornitorrincos, pero en aquel momento quise ser frutariana —dícese de la persona que sólo come frutas que ha caído por sí sola del árbol—y zamparme a B2 de un bocado. Le abrí el pico de ornitorrinco y le enseñé mis dos dientes de abajo. B2 —antes conocida como Mackenzie— se cagó en el pañal y la Bruja del Bosque se lo cambió mientras le preguntaba a un espejo de mano quién era la cuidadora más bella de la guardería.


      Me pasé el resto del día sentada en un sofá con forma de Mickey Mouse con mi pico de pato, mi cola de castor y mis patas de nutria.  Al rato llegó la nueva cuidadora de la BabyRoom que me explicó qué me pasaba.
      —No te preocupes Maia; esto es lo que aquí llamamos “Efecto Secundario del dibujo animado”; tienes que dejar de verlos mientras comes; no es bueno para bebés como tú. Intenta hacérselo ver a tus padres.
    Intenté sonreír con mi pico de ornitorrinco y lo único que conseguí fue emitir un chillido agudo que despertó a la banana en pijama B2 de su siesta de la tarde.

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